Ricardo Biglieri en Argentina Provincias - Cabalgando recuerdos - Sarlanga

Corrían cuatro décadas (quizás algo más) del siglo pasado, cuando el abuelo de una hoy colega literaria dedicado al negocio de la electrónica vendió a mi padre una radio a baterías, elemento que poco a poco iba captando un incipiente y ávido mercado en la zona rural. Una antena de alambre de cobre sujeta a dos tirantes de madera adosados a los costados laterales de la casa o sobre el techo, se comunicaba con otro similar de bajada hasta el interior de la habitación donde el nuevo elemento era la reina de la misma. El ámbito hogareño se transformó. No había que abusar en su uso porque de acuerdo a él, duraba la carga de la batería que alimentaba a seis válvulas, que ignoro como trasmitían ese sonido que acariciaba a nuestros oídos.
Cuando Buenos Aires llegaba por la radio al interior de Argentina
A raíz de ello se programó un especial uso de la radio. A determinadas horas las femeninas (novelas, modas), una de escucha general de música (Canaro, Brunelli y otras, noticias) y la sección deportiva donde con mi padre no nos perdíamos audición o transmisión de futbol en la voz de Fioravanti, Ardigó y algún otro relator, pero siempre estaba la amenaza de quedarse sin carga ya que el molino generador de ella siempre tenía problemas y subir esos siete metros para arreglarlo no era para quienes no conocían ese oficio. Así llegaban noticias del club de nuestros amores Boca Juniors, resultados, formaciones y todo lo relacionado a ese atrapante deporte. Boca tenía una delantera famosa conformada por BOYÉ, CORCUERA, SARLANGA, VARELA Y SANCHEZ que alcancé a ver en el Parque Independencia, de la ciudad de Rosario.
Cabalgando en mis recuerdos
Autor: Ricardo Biglieri desde Pergamino, Provincia de Buenos Aires, Argentina
Este pantallazo lo hice como introito, para explicar porque mi petiso que me llevaba a la escuela diariamente se llamaba SARLANGA, quien en otra narración había sido partícipe de llevarme a casa años más tarde en una noche de niebla, solo guiado por su instinto animal al haberle soltado las riendas. Anteriormente había tenido un hermoso potrillo con el cual desde un primer momento establecimos una amistad que se manifestaba por un suave relincho correspondido con palmadas sobre las ancas o caricias sobre pescuezo. Llegado el momento de ponerle un nombre, ese domingo el centro delantero se había despachado con un gol impresionante y como festejo le quedó ese nombre.
Las cosas que le pasaron a Sarlanga
En sus retozos tempraneros, sin experiencia aún, no divisó un alambrado de púas produciéndose una herida profunda en el “encuentro de la paleta”, quedando tendido en el suelo. Así fueron 6 meses que bajo un cobertizo precario le hacía compañía porque intuía que mi presencia parecía tranquilizarlo mientras su herida tenía una elevada temperatura que trataba de aliviar con masajes de grasa de potro y aguarrás en las articulaciones, ya que los anfibióticos no se conocían, recién estaba apareciendo la penicilina. Poco a poco fue reponiéndose y al año ya trotaba sin manquear. El tiempo fue pasando y a los tres años se decidió darlo a domar a un profesional, quien dentro de un tiempo prudencial lo entregó muy bien trabajado, manso y sobre todo dócil transformándose en mi medio de locomoción escolar y con ello compañero de todas las andanzas juveniles. El último año de concurrir a la escuela el camino de regreso lo habíamos convertido en un hipódromo, desoyendo la advertencia de los mayores nos lazábamos en alocada carrera.
Transcribo algo que acoto en mi último libro
“Que placer sentíamos en esas locas carreras, en que los caballos ponían su cuota, para llegar cuanto antes a destino No pensábamos en el peligro de una `rodada´. Entre los montados, una hembra cruza de árabe con criollo, era muy ligera. Se encontraba amamantando un potrillo, la leche se acumulaba en sus glándulas durante la espera. Tomando la delantera, era prácticamente inalcanzable. Si aquél animal tomaba la punta de la carrera, el polvo levantado por sus cascos se mezclaba con las gotas de leche acumulada para amamantar a su cría que la pobre bestia iba perdiendo por su esfuerzo, produciendo una suave llovizna que se depositaba sobre los blancos guardapolvos, convirtiéndolos en un color ocre, para desesperación de nuestras madres”.
Pasaron los años de ciudad por el secundario, a mi regreso me entero que no me había querido esperar y se marchó donde deben estar las almas de los caballos nobles! Pero la historia del porque de su nombre la debía contar. Mi querido Sarlanga.
Ricardo Biglieri
Pergamino - Provincia de Buenos Aires - Argentina
Imagen de los caballos
Nicasio Abraham
Artista de Pergamino
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