Ricardo Biglieri y una resolución heroica en Pergamino - Argentina Provincias

Continuamos con el ciclo de relatos del amigo y escritor argentino Ricardo Biglieri, nacido y criado en campos del Partido de Pergamino, Provincia de Buenos Aires, Argentina, en cuya ciudad cabecera vive actualmente. Sus recuerdos son representativos de una época, una manera de ver la vida y ¿Por qué no?... de una Argentina bien distinta a la actual
Una resolución heroica
De Ricardo Biglieri
Llegando a las postrimerías de la década del cuarenta del siglo pasado, el mes de noviembre se había caracterizado por ser de precipitaciones abundantes y el calor y los negros nubarrones de ese día, presagiaban que ese breve lapso de buen tiempo se vería interrumpido por nuevas precipitaciones, que además de atrasarnos en el laboreo de la tierra, afectaría la red vial, intransitable de por sí, debido a la carencia de maquinarias especiales para su mejoramiento. Solo se la emparejaba con un rastrón de madera tirado por tres caballos!!!
Después de haber finalizado la labor diaria, y momentos antes de sentarme a la mesa familiar, una molestia pequeña en el maxilar izquierdo me estaba preocupando, pero con la ingesta del único calmante que quedaba en casa logré aplacarlo y cenar tranquilamente. Estando de sobremesa, luego de escuchar rn Radio El Mundo por medio de una radio a baterías, el programa diario de Los Pérez García y la orquesta de Alfredo De Angelis, la molestia empezó a aparecer, pero no tan suavemente como al principio sino que con su fuerza aumentada y se imaginaran la sensación que ello trajo aparejada en mi mandíbula. ¿Porqué será que en el silencio de la noche el dolor aumenta?
Tormenta fuera, dolor fuerte de muelas en lo personal
A todo esto se desató una tormenta que acompañada por viento y tierra, se descolgó hacia las doce de la noche con alrededor de sesenta milímetros de agua caída en dos horas. Al no poder soportar el dolor, me levante, prendí el Sol de Noche y recurrí a toda la artillería de remedios caseros que sabía, pocos, pero ninguno hacía efecto. Mientras caminaba como un zombi en derredor de la mesa de la cocina, llegue a pensar en la alocada creencia de que pasándome un sapo por la parte afectada ello calmaría el dolor. Confieso que desistí, por la repugnancia que me causaba.
De alguna manera tenía que llegar a un dentista!!!
Fueron pasando las horas y en mi mente iba tomando fuerza una loca idea, pero la veía como una única solución. Alrededor de la una de la mañana había dejado de llover, y se empezaban a ver atisbos de la luz lunar. Lamentablemente el viejo Chevrolet estaba en el taller de reparaciones y no podía contar con él. Aunque hubiera estado en casa, pensar moverme en coche por cuarenta kilómetros de barro hasta Pergamino, ¡Imposible! ¿Y si me iba a caballo a El Socorro, también en el Partido de Pergamino, a unos quince kilómetros y luego tomaba “El Colegial”? Este tren, partía desde Santa Teresa, en la provincia de Santa Fe, y pasaba por distintos pueblos trasladando a los estudiantes a colegios secundarios de Pergamino. Por El Socorro arribaba alrededor de las siete de la mañana.
Ante la desesperación de mi madre y su impotencia de no poder ayudarme, me despedí de ella. Aunque su ayuda seguro se materializo con sus rezos, que a media voz alcance a oír cuando me iba. Ensillé el nochero, “El pincha” se llamaba el noble animal. Tomé la capa de lluvia y un pequeño bolso con ropa y partí a las cinco de la mañana con un cielo estrellado. La luna en cuarto creciente se encargaba de iluminar los charcos y el espeso barro que por doquier abundaba.
Al clarear y a galope tendido fueron quedando atrás el almacén, la estancia La Margarita, la peligrosa “curva de la muerte”, la estancia San José y el clásico “montecito” a pocos kilómetros del pueblo. Siempre con la tortura de pinchazos punzantes en la mandíbula y el apremio del reloj por llegar a tiempo a la estación. A la salida del sol se veía el humo blanco del tren en el bajo de Arroyo del Medio y taloneando al “Pincha” llegue a la casa de un amigo, el gallego Felipe, que se encargó del animal. El gallego, era repartidor de pan en el campo, en su clásica “jardinera” tirada por dos caballos. Corriendo y sacándome la suciedad apresuradamente, llegué a la estación justo cuando los colegiales comenzaban a subir al tren. De tantos nervios, hasta parecía que algo había mermado el dolor pero ya instalado en el vagón pude comprobar todo lo contrario.
Un dolor de muelas es dramático siempre, en la Pampa Argentina también
Por suerte la primera etapa del plan la había cumplido. El bullicio de los despreocupados escolares, acrecentaban el malestar a pesar de haber ingerido en pocas horas tres analgésicos, los más comunes en aquellas épocas. Cerca de las ocho de la mañana, llegué a Pergamino. Ante la carencia de taxi en ese momento, tomé un “Mateo”, esos cláscos coches de plaza tirados por un caballo. Al requerimiento del conductor hacia donde tenía que dirigirse le contesté le dije dolorido "¡Lléveme al primer dentista que esté atendiendo!". No recuerdo su recorrido, se que era en la calle Italia. Un paciente me dio la prioridad de atenderme primero al escuchar mi periplo.
Al revisarme el dentista me comentó que estaba algo complicado, que iba a probar si me tomaba la anestesia para intentar extraer la muela afectada. Caso contrario tendría que tratarla por otros medios. Luego de aplicarme la anestesia me retiré por un determinado tiempo y al volver a entrar y revisarme el dentista me preguntó si sentía dolor y ante mi negativa se dispuso a efectuar su labor. A decir verdad, algo me seguía doliendo, pero para que terminara ese suplicio le mentí. Mientras el odontólogo hacia fuerza para extraerla, me fui levantando del sillón como diez centímetros de tanto dolor (en realidad la anestesia no había tomado bien). Luego de cinco minutos la extrajo con un pequeño quiste en su extremo. Los ojos del facultativo echaban chispas.
Me reprendió por haberle mentido que la anestesia había tomado, pero era tanto el sufrimiento que había tenido, que estaba dispuesto a cualquier sacrificio con tal que la extrajera. Hoy ha avanzado tanto la cirugía que opino que no hubiera sufrido tanto, merced a antibióticos y otros adelantos. Hubiese evitado al odontólogo una preocupación por el comportamiento de mi salud bucal en los días posteriores. En resumen, fueron doce de horas de fuerte dolor y una fuerte reprimenda, pero…
-¡Con todo el sacrificio narrado, solo el que lo haya soportado no se arrepiente de haber faltado a la verdad!
Ricardo Biglieri
Ciudad de Pergamino, Provincia de Buenos Aires, Argentina
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